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lunes, 2 de diciembre de 2024

Trasfondo: hueste del lord Castellano Árchibald

    ¡Buenos días, tardes o noches, generales!

    Dicen que los lunes son «el peor día de la semana», y probablemente no falten los estudios que respalden esa creencia: significan el regreso a la rutina, al trabajo y a todas esas responsabilidades que dejamos atrás durante el fin de semana que nos ayudan a pagar nuestras deudas de plástico.

    En Abades de Maisontaal queremos darle un toque diferente a este lunes para que se os haga un poco menos cuesta arriba, endulzándolo con una muestra del talento que hemos tenido en nuestro IV Torneo de la Batalla por Maisontaal. En esta ocasión presentamos a nuestro buen amigo Rippman, de la Compañía Maldita, un apasionado de Warhammer que representa lo mejor de esta afición.

    Desde aquí nos gustaría volver a agradecer tanto a él como a sus compañeros de club por «vestirnos» un par de mesas con una escenografía de muchísimo nivel y, felicitarlo por ser un excelente jugador, un pintor de mucho talento y, con su segundo puesto en trasfondos, también hemos descubierto que es un escritor creativo. Con su relato nos llevará a las tierras de Bretonia, a una conversación entre lord Árchibald y lady Eléanor, ¡pero no os spoileo nada más!

    Como ha sucedido ya con el relato de Paco y sus originales ogros pirata, no hemos podido trasladar a este blog la espectacular maquetación de este relato, pero estamos seguros de que con maquetación o sin ella, os va a encantar.


 Mousillon, el ducado maldito de Bretonia, yace en la desolación, apartado de la gloria y el esplendor que envuelven al resto del reino. Sus tierras, alguna vez verdes y prósperas, se han convertido en pantanos oscuros y llanuras estériles. Los pocos caminos que cruzan el ducado son traicioneros, repletos de trampas naturales que se entremezclan con los restos de una civilización olvidada por la nobleza y abandonada por la Dama del Lago. El aire, espeso y opresivo, está cargado de muerte y desesperanza. 

 En sus aldeas, los campesinos sobreviven en la miseria, con rostros marcados por el hambre y el miedo. Los rumores de plagas, nigromantes y criaturas impías que acechan en la oscuridad recorren todo el Viejo Mundo. Las pocas figuras de autoridad que quedan  en Mousillon, ya sean nobles o caballeros caídos en desgracia, se han convertido en tiranos, alimentándose de la desesperación de sus súbditos. El agua envenenada del río Grismerie serpentea a través del ducado como una vena oscura, llevándose consigo los restos de una nobleza que se pudre desde adentro, arrastrada por la decadencia y la corrupción.

A pocos cientos de kilómetros al sur de la capital, en lo alto de una colina, se alza el castillo de la familia Rappiot, de cuyo linaje no queda ningún descendiente vivo. Antaño símbolo de poder, ahora es una ruina imponente. Sus torres, caídas en la penumbra, parecen vigilareternamente las sombras que envuelven la región. Las antiguas murallas de la fortificación se desmoronan, cubiertas de moho y hiedra venenosa. Árchibald, el Castellano de la Fortaleza Ófrica, como ahora se la conoce, es un hombre cuya ambición solo ha crecido al ritmo que su fe en la redención de Mousillon ha menguado. Para él, las glorias pasadas están más allá del alcance. Sus días se suceden entre informes de cosechas fracasadas, entrenamientos agotadores de hombres mal equipados y largas noches estudiando mapas polvorientos en busca de alguna oportunidad, alguna debilidad en sus vecinos que le permita afianzar su menguante poder.

Uno de los últimos días de Labriego, cuando el frío comenzaba a apoderarse del castillo, se produjo un hecho inesperado. La Doncella Eléanor, una presencia enigmática e inusual entre las damiselas de Bretonia, nada más haber llegado de Nehekara, solicitó una audiencia con Árchibald. Ella había superado hacía tiempo la edad en que las doncellas reciben las bendiciones de la Dama del Lago, pero sus años en Mousillon no la habían debilitado; al contrario, su porte, aunque marcado por el tiempo, revelaba una voluntad inquebrantable. Árchibald había citado a la doncella en su salón privado. Los dos se encontraban sentados en los extremos de una mesa rectangular repleta de mapas polvorientos.

—Mi Señor —dijo Eléanor, fijando sus ojos en los de Árchibald—. He descubierto algo de gran importancia. Un pergamino perdido hace décadas ha caído en mis manos. —La doncella descubrió un fino rollo de madera pálida envuelto en una gasa.

Árchibald, distraído al principio, frunció el ceño con escepticismo evidente. 

—¿Un pergamino, dices? —Su voz sonó cargada de dudas—. ¿Qué tiene este pedazo de corteza seca que debería interesarme?

Eléanor, con manos cuidadosas, desenrolló el pergamino y lo extendió ante él, revelando las runas talladas en una escritura antigua que parecía vibrar con un poder dormido.

—Este no es un pergamino cualquiera —dijo ella con firmeza—. En él yace un conocimiento olvidado, un poder de la mismísima Dama del Lago. Lo he estudiado durante días y noches, y he encontrado lo que muchos han buscado durante generaciones. Pero su secreto  solo puede desvelarse en un lugar específico: la Abadía de la Maisontaal, en las Montañas Grises. 

—La Abadía de la Maisontaal... —murmuró Árchibald, mientras sus dedos rozaban el borde del pergamino—. He oído leyendas sobre ese lugar. Reliquias ocultas, magia antigua... —Hizo una pausa, pensativo, antes de volver su mirada a la doncella—. ¿Y por qué necesitarías de mí, Eléanor? ¿Por qué no lo haces sola?

Eléanor, imperturbable, sostuvo su mirada. 

—No es solo el conocimiento lo que he descubierto —dijo en tono bajo—. He tenido visiones. Si el pergamino es llevado a la abadía y las reliquias que allí se guardan son desveladas, podremos entender su verdadero poder. Pero no puedo hacerlo sola. El mero hecho de salir de nuestras tierras es peligroso, así como la travesía a Párravon por el Grismerie. Finalmente, cruzar las Montañas Grises sin un ejército es un riesgo demasiado alto. No podemos arriesgarnos a perder esta reliquia, y el poder que acecha en este pergamino necesita más que simples manos de doncella para ser controlado. Mousillon se está pudriendo, Árchibald, y esta puede ser nuestra última oportunidad para salvarlo.

—¿Salvar Mousillon? —respondió sarcástico—. ¿No ves que esta tierra está más allá de cualquier redención? La Dama del Lago nos ha olvidado, Eléanor. No hay salvación para un lugar que lleva siglos muerto. 

—Te equivocas —insistió ella, sus ojos brillando con una fervorosa determinación—. La Dama del Lago me ha hablado. El pergamino nos llevará a la Abadía. Allí, las reliquias que aún se guardan pueden revertir la maldición que ha caído sobre estas tierras. 

Árchibald suspiró, tamborileando sus dedos sobre el brazo de su trono. 

—Tus visiones son solo eso, sueños. Mousillon está perdido, y tú, querida Eléanor, eres una soñadora —sentenció con frialdad—. Persigue esa fantasía si quieres, pero no arriesgaré a mis hombres ni a mí mismo por una causa perdida. 

Eléanor, lejos de desmoronarse, sonrió de forma casi imperceptible, con una sombra cruzando su mirada. 

—Quizás... —dijo en un tono apenas audible, pero cargado de misterio— lo que encontrarás en la Abadía no sea solo la redención de Mousillon.

El brillo en los ojos de Árchibald cambió. El pragmático Castellano era difícil de impresionar con ideales, pero su ambición era una bestia hambrienta, siempre acechando por oportunidades. Eléanor continuó, su voz suave pero sugerente. 

—La abadía guarda más que simples reliquias. He visto... cosas, Árchibald. Poderes que se han perdido en el tiempo, poderes que no están atados ni a la Dama del Lago ni a las fuerzas que conocemos. Poderes que trascienden lo natural, que pueden ofrecer a quien los posea un control sobre más que un ducado en ruinas. Algo mucho más grande. 

Las palabras de Eléanor flotaron en el aire como una promesa velada, sin decir demasiado, pero insinuando lo suficiente para encender las llamas de la codicia en el interior de Árchibald. El Castellano se inclinó hacia adelante, observándola con renovado interés. 

—¿Más allá de lo natural? —murmuró, con los ojos entrecerrados. 

Eléanor asintió, aunque sus palabras no confirmaban nada abiertamente. 

—No todo lo que yace en la oscuridad está perdido, Árchibald. A veces, lo que encontramos en las sombras es el poder que más hemos anhelado.  

Árchibald se recostó en su asiento, con las dudas comenzando a desvanecerse. Aunque seguía sin creer en la redención de Mousillon, la promesa de poder, poder real y no solo el control de unas tierras en descomposición, era algo que no podía ignorar. Sin embargo, en el fondo de su mente quedaba la sospecha de que las visiones de Eléanor no eran tan puras como ella afirmaba. 

Finalmente, Árchibald sonrió.

—Te acompañaré, Eléanor. Pero no por Mousillon —susurró—. Sino por lo que podría encontrar allí.

Archibald partió de Mousillon al frente de una fuerza modesta. Un puñado de caballeros leales le acompañaba; caballeros cuyas armaduras manchadas y estandartes desteñidos reflejaban el decadente orgullo de una tierra maldita. Entre ellos se encontraba Reinaldo de Chinón, un veterano curtido que aún llevaba consigo las cicatrices de antiguas campañas contra los hombres bestia en los bosques de Athel Loren.

Sin embargo, el verdadero peso de su ejército lo componían los campesinos: una masa de hombres de armas mal equipados, mal entrenados y con un espíritu marchito, pero endurecidos por la miseria de Mousillon. Estos hombres, de rostros enjutos y miradas desafiantes, habían sido reclutados a la fuerza o convencidos por la promesa de saqueo y supervivencia. Las armas que portaban eran desiguales: viejas lanzas oxidadas, espadas desafiladas y armaduras tan raídas que apenas ofrecían protección.

A lo largo de la marcha, los caballeros miraban con desdén a los campesinos que les seguían, pero Árchibald los necesitaba. Sabía que eran carne de cañón, que su verdadero valor radicaba en abrumar al enemigo con su número. Si lograba tomar la abadía, no sería gracias al acero fino, sino al sacrificio de esos hombres desesperados.

A medida que el ejército de Árchibald avanzaba hacia la Abadía de la Maisontaal, los primeros signos de problemas comenzaron a surgir. El denso follaje de las Montañas Grises parecía ocultar algo más que la simple amenaza del clima y el terreno traicionero. Los exploradores, enviados con antelación para asegurar el camino, regresaron al campamento en silencio, con sus rostros marcados por la urgencia.

Reinaldo, al verlos regresar, mandó llamar a Árchibald, su mente estaba preparada para cualquier contratiempo. El Paladín, curtido en mil batallas, se inclinó hacia adelante mientras el pantanero, quién lideraba a los exploradores, aún sin aliento, hablaba con voz temblorosa.

—Mi señor, hemos visto… algo más allá de lo esperado —dijo el explorador, señalando hacia el este—. No estamos solos. 

Árchibald, nada más llegar, escuchó lo que el explorador estaba diciendo. Eléanor, que estaba junto a él, mantuvo su mirada fija en el explorador, pero no dijo nada. El Castellano le hizo un gesto para que continuara. 

—En los alrededores de la abadía... hay ejércitos, señor. Decenas de ellos. Hemos visto estandartes de los Enanos... forjados en rojo y oro. No muy lejos, tropas Árabes han acampado bajo el emblema de las cimitarras cruzadas, vigilando desde las colinas. Y en las cavernas cercanas... ¡Hombres Rata, mi señor!. Cientos de ellos. Además, hacia el suroeste, tribus de pielesverdes han empezado a construir sus rudimentarias máquinas de asedio.

El ambiente alrededor del campamento se volvió gélido mientras los murmullos entre los caballeros y campesinos se intensificaban. Árchibald sintió un nudo formarse en su estómago, no solo por la cantidad de enemigos, sino por la diversidad de ellos. ¿Qué podía atraer a fuerzas tan distintas a un solo lugar? ¿Qué era lo que guardaba la Abadía de la Maisontaal que justificara la presencia de facciones tan variadas?

Eléanor, con una calma desconcertante, finalmente habló.

—Esto es lo que temíamos, Árchibald. El conocimiento que alberga la abadía es un faro... para todo aquel que desee poder. —Sus ojos se entrecerraron—. Pero todavía estamos a tiempo. Tenemos una ventaja. Ninguno de ellos conoce el camino exacto para acceder a lo que nosotros estamos buscando. 

Árchibald miró a sus hombres, que se mantenían inquietos, y luego volvió su atención a Eléanor.

—No podemos enfrentarnos a tantos. No tenemos ni la fuerza ni los recursos para una guerra total. Si los Enanos, los Skaven, los Orcos, o los Árabes se enteran de nuestra presencia aquí, será difícil que podamos presentar batalla sin ser detectados por el resto.

Eléanor sonrió, una sonrisa que a Árchibald le resultó fría y calculadora.

—No necesitamos enfrentarlos a todos. Solo tenemos que ser más rápidos. Mientras ellos se destruyen entre sí por la promesa del poder... nosotros lo tomaremos.

Árchibald sabía que la situación era desesperada. No era un idealista; sus ambiciones siempre habían sido pragmáticas. Pero algo en la situación le hacía sentir una creciente inquietud, como si estuviera a punto de cruzar un umbral del que no habría retorno.

—¿Y si fallamos? —preguntó, su voz cargada de desconfianza. 

Eléanor lo miró fijamente, sus ojos brillando con un extraño resplandor. 

—Si fallamos, mi señor... Mousillon estará condenado. Y tú, junto con él. 

Las palabras resonaron en la mente de Árchibald mientras tomaba su decisión. Debían continuar, aprovechar el caos que se estaba gestando entre los ejércitos. Tal vez, solo tal vez, podrían colarse en la abadía antes de que las guerras alrededor de ellos los alcanzaran.

Sin embargo, una duda persistente se clavaba en su corazón: ¿realmente había algo en la abadía que pudiera justificar un riesgo tan grande? O, peor aún, ¿había caído en una trampa mucho más profunda de lo que jamás podría haber imaginado?  

12 comentarios:

  1. ay me encanta!!! esta muy chulo, parece una historia de principes!!!!

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    1. Es que Bretonia es muy de leyenda arturiana (o mito artúrico), la verdad. Échale un vistazo a sus miniaturas, que creo que pueden gustarte mucho ^^ muchas gracias por comentar siempre.

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  2. Bua chaval!! Muy guapo :) rebosando calidad el concurso de trasfondos

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    1. ¡Muchas gracias, Hektor! La verdad es que no podemos tener quejas respecto a la calidad, estuvo muy complicado para los miembros del jurado.

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  3. Es un verdadero placer encontrar historias que combinan creatividad, originalidad y respeto por el universo en el que se basan =) espectacular trabajo del señor Rippman, mis felicitaciones más sinceras.

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    1. Gracias, anónimo ^^ ¡eso es lo bonito que tiene Warhammer! Que lo disfrutamos a tope en todas sus modalidades, no solo el juego en sí. Estoy segura de que estará encantada de leer tus felicitaciones.

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  4. Muchas gracias por los comentarios. Me alegro de que os haya gustado. Realmente mola mucho trabajar también este plano del hobby, que, en mi caso, intento conectar con la listas, el conversionado y pintado del ejército, y la forma de jugarlo.

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  5. Una buena lectura para el trabajo 😊 impresionado por la calidad de los textos

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    1. La verdad es que no podemos tener ninguna queja, todos los participantes dieron una calidad (y una originalidad) dignas de textos de la White Dwarf.

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